El primero que eyacule pierde: la alarmante ruleta sexual que se extiende entre adolescentes

El concepto de la ruleta rusa se ha adaptado al sexo de una forma inquietante. El juego donde los participantes deben cargar una bala en la cámara de un revólver y apretar el gatillo rogando salir ilesos, se ha transformado en una tendencia tan silenciosa como dañina, donde la promiscuidad trae consecuencias más graves que sólo un embarazo no deseado.
Para todas las sexualidades, sin reglas directas y con el fin de llevar los juegos fiesteros a otro nivel, la Ruleta Sexual —en algunos lugares conocida como El Muelle —, se ha propagado de forma vertiginosa entre adolescentes durante los últimos meses.
En este pasatiempo, quienes lleven el rol masculino deben sentarse en sillas uno junto al otro con el genital erecto o con un consolador para que el resto de los participantes sean penetrados por ellos. La “ruleta” tiene su inicio cuando quienes son penetrados rotan cada 30 segundos de compañero en compañero, hasta que el primero que eyacule marque su derrota.
El ganador, evidentemente, es quien podrá alardear sobre su resistencia en la cama.
Otras variaciones, que son principalmente llevadas a cabo por menores de 13 y 14 años, consisten en reuniones donde el desafío es someter a otros participantes cuando cese la música de fondo, o donde se barajen opciones como el sexo anal y oral en distintas normas establecidas por los presentes. Estados Unidos, Nueva Zelanda, Colombia, Perú, Japón y sectores en el Caribe ya tienen registro de estas convocatorias.
El peligro como incentivo y estatus
Esta moda tiene un hito que se repite con una frecuencia alarmante: en casi ninguno de los casos se usaron condones. Y, en detalle, éstos tampoco evitarían el traspaso de fluidos entre quienes reciban la penetración.
¿Se debe a la inmadurez, a la falta de educación o a la mezcla de ambos con el consumo de alcohol? Una combinación de estos factores es innegable, pero la poca conciencia sobre los peligros que trae el sexo sin protección puede explicarse por la adrenalínica experiencia de contraer o no alguna enfermedad o, en las apuestas más elevadas, el VIH.
Estas orgías, además de incluir en ocasiones a algún participante portador del virus de forma secreta para una fracción de los involucrados, también ofrecen “tabletas azules” o medicamentos que se supone que previenen la contradicción del virus. Una suerte de un 50/50 para nada equitativo, donde el fármaco conseguido en el mercado negro está lejos de ser recetado.
Mientras más balas se le incluyen al revólver, más atrayente resulta para los menores que no asimilan conscientemente lo que el juego conlleva: infecciones de transmisión sexual —como clamidia y gonorrea —, embarazos no deseados, heridas genitales por la brusquedad de cada maniobra y un frenesí propio de la competencia de poder que se mantiene entre pares.
El qué dirán, la necesidad de demostrar quién es más libre en lo sexual y quién tiene más aguante que el resto. Un aprendizaje que se desarrolla en la soledad afectiva, la cantidad de copas y un reto constante al que nadie ha podido responder: ¿tener tanto acceso a la información realmente hace la diferencia?
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