¿Por qué nos tatuamos logos?
Durante años, los tatuajes de logos han circulado en internet como memes: el símbolo de Apple tatuado en la parte baja de la espalda, el logo de Monster Energy en bíceps hipertróficos, las icónicas “M” doradas de McDonald’s convertidas en piezas de espalda completa. Solían compartirse con un tono burlesco, acompañados de frases como “etiqueta al que se haría esto”. Pero detrás de la risa fácil, lo cierto es que tatuarse una marca no es tan raro como parece. Y muchas veces, ni siquiera tiene que ver con consumo.


Aunque pueda parecer un fenómeno reciente, la historia del tatuaje como herramienta de pertenencia tiene raíces profundas. Antiguamente, los emblemas de clanes, familias o gremios eran una forma de identidad y afiliación. Hoy, ese mismo impulso se traduce en logotipos. Marcas que marcaron nuestra infancia, objetos que usamos hasta el desgaste o íconos culturales que definieron etapas de nuestras vidas: todo eso se convierte en símbolo. Lo que cambia no es el gesto, sino el lenguaje.


Vivimos en una cultura donde el capitalismo no solo vende productos, sino también significados. Las marcas nos prometen pertenencia, estilo, rebeldía o autenticidad. Desde pequeños, aprendemos a desear no solo lo que un objeto es, sino lo que simboliza. Esa familiaridad termina creando una conexión emocional real: no es solo que ames tu Game Boy, es que esa consola te acompañó cuando eras niño; no es solo Louis Vuitton, son las iniciales de tu mamá. Las marcas se filtran en nuestra memoria y en nuestra identidad, hasta el punto en que tatuarse un logo puede sentirse más como grabarse una vivencia que como hacerle publicidad a una empresa.


En las últimas décadas, el marketing se ha vuelto omnipresente, pero las emociones que surgen en torno a ciertos símbolos ya no son tan fácilmente reducibles a consumo. En muchos casos, lo que impulsa a una persona a tatuarse una marca es un vínculo sentimental, una historia personal, una escena íntima. Lejos de ser un gesto vacío, puede ser una forma de decir: esto forma parte de mí.


Por supuesto, también están quienes lo hacen desde la ironía o la sátira. En la era post-meme, proliferan los tatuajes absurdos: logos mal dibujados, frases alteradas como Just do nothing o reinterpretaciones de marcas de lujo. Todo como una manera de reírse del sistema desde dentro, de apropiarse del lenguaje corporativo para convertirlo en broma o escudo. Una forma de arte irónico en la piel, cargada de humor y desencanto.


Pero esa ironía parece estar perdiendo fuerza, y lo que queda es un tipo de tatuaje más emocional, más sincero. En lugar de logos intervenidos, se buscan imágenes limpias, con un vínculo directo al recuerdo o a la identidad. Ya no se trata tanto de ridiculizar al sistema como de reinterpretarlo desde lo afectivo. Y así, lo que comenzó como un simple signo de consumo termina transformado en un mapa emocional. Una constelación de símbolos tatuados que dicen más sobre nuestras relaciones, historias y momentos que sobre nuestra billetera. Porque en el fondo, a veces un logo no representa a una empresa, sino a una parte de nosotros que no queremos dejar atrás.
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