Atención: Los nombres de las mujeres en este artículo fueron cambiados para proteger su identidad.

Las mujeres afganas se han enfrentado a graves consecuencias en virtud de las estrictas leyes talibanes contra la mendicidad, que han provocado detenciones generalizadas y terribles relatos de abusos durante la reclusión. En los últimos meses, muchas mujeres, empujadas por la desesperación de alimentar a sus hijos, han recurrido a la mendicidad tras habérseles prohibido la mayoría de las formas de empleo remunerado desde que los talibanes recuperaron el poder en agosto de 2021. 

Las leyes implementadas en mayo de 2024 prohíben a las “personas saludables” mendigar y establecen severas sanciones. Según The Guardian, casi 60,000 personas han sido detenidas en Kabul, incluyendo mujeres que denuncian tortura y violencia sexual. Zahra, madre de tres hijos, relata cómo, tras la desaparición de su esposo tras la toma de los talibanes, recurrió a pedir ayuda en la calle. Desconociendo las nuevas leyes, fue detenida por funcionarios talibanes. Durante tres días sufrió trabajos forzados, palizas y una brutal agresión sexual. A pesar de pensar en el suicidio, encuentra fortaleza en sus hijos. “¿Con quién puedo quejarme? A nadie le importa”, dice.

Otra mujer, Parwana, se encontró en una situación similar cuando la detuvieron mientras pedía limosna con su hija de cuatro años. Detenida durante 15 días en la prisión de Badam Bagh, fue testigo no sólo de malos tratos físicos, sino también de violencia sexual contra ella y otras personas. Parwana describió las condiciones como degradantes y traumáticas, afirmando que a menudo humillaban a las mujeres y las obligaban a realizar tareas serviles mientras soportaban palizas. Las cicatrices psicológicas de sus experiencias la han dejado aislada y temerosa de volver a mendigar.

La brutalidad se extiende más allá de las mujeres adultas; antiguas detenidas declararon haber presenciado graves abusos contra niños bajo custodia. Una mujer relató haber visto cómo golpeaban e incluso mataban a niños mientras estaban encarcelados. El ambiente en estos centros de detención está marcado por el miedo y el silencio, ya que denunciar los abusos podría acarrear más violencia. “Ver morir a esos niños ante mis ojos es algo que nunca olvidaré”, declaró una superviviente.

A pesar de las afirmaciones de los talibanes de que se proporcionaría ayuda económica a los clasificados como “indigentes” tras su liberación, ninguna de las mujeres entrevistadas declaró haber recibido ayuda alguna. En lugar de ello, tienen que depender de sus vecinos para cubrir sus necesidades básicas, lo que agrava aún más su vulnerabilidad. Parwana va ahora de puerta en puerta, mientras la comunidad internacional guarda silencio sobre estos casos y las autoridades talibanas siguen reprimiendo la mendicidad y la disidencia.

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