Fauna 10 años: Un paréntesis incompleto

Con una hora de atraso y un sol incesante transcurrió el festival en el que Fauna celebró sus 10 años organizando conciertos en Chile y con el mismo que reemplazó su edición anual de Primavera, descartado por la imposibilidad de encontrar un headliner de peso para el público local. Pero, bajo esa consigna, cancelaron en medio del evento a la principal razón que llevó a un millar de personas hasta el Parque Mahuidahue en plena crisis sociopolítica: Hot Chip.
Fueron, en total, cinco los shows que sí pudieron desarrollarse en el escenario principal ubicado en una cancha de fútbol sintético y caucho. La jornada arrancó con un atraso de una hora que, a medida que avanzó el sábado en el Cerro San Cristóbal, se fue extendiendo levemente hasta la hora y treinta minutos, por las pruebas de sonido y los cambios de instrumentos.
Francisco Victoria interpretó lo mejor de Prenda, su álbum debut, ante una audiencia valiente de no más de 30 personas, frente a una imponente temperatura de 35 grados y sin posibilidad de encontrar siquiera una sombra. “No hay que olvidar lo que está pasando afuera”, tiró el joven chileno, para rematar Marinos con frases en contra de Carabineros y Sebastián Piñera, el multicriticado presidente de un país en llamas.
Su máximo hit coincidió con las mayores réplicas de los mareados por el clima pero dispuestos a bailar y corear desde temprano, tal y como ya lo habían hecho entre los versos y acordes de Querida Ven, Cruza el puente, Quiero que quieras saber de mí, Quiero volver y Todo lo que tengo. Francisco, enérgico en el escenario y con polera de Sade, dijo adiós presentando a sus músicos Felicia Morales (teclados), Raúl Abarca (guitarra) y Daniela Riquelme (batería).



Más tiempo del esperado, hecho que se convertiría en costumbre, se tomó Little Simz para salir a escena. Simbiatu Abisola Abiola Ajikawo, el nombre de nacimiento de la rapera de Londres, volvió a la ciudad (tras colaborar con Gorillaz) para presentar en sociedad Grey Area, el disco que, según sus palabras, por fin le está dando réditos económicos. Cortos como Boss, 101 FM, Therapy, God Bless Mary y Selfish sonaron en la que se tornaba una todavía más caliente tarde en el Mahuidahue.
Acá tampoco se reservó la fiesta pese a que la contingencia obliga a establecer sensaciones emotivas más altas de lo normal. “Manténganse fuertes”, fue la petición de la artista para el pueblo chileno, que la aplaudió y movió todo el cuerpo al ritmo de samples hip-hoperos. Consignó a Biggie y 2pac como sus influencias directas.



Los Khruangbin (Laura Lee en el bajo, Mark Speer en la guitarra y Donald Ray DJ Johnson Jr. en la batería) aportaron la primera de dos propuestas instrumentales en la jornada. Los texanos sorprendieron con lo mejor de sus tres producciones de larga duración en un ambiente de tintes psicodélicos y nostalgia por los tiempos que ya pasaron con distancia. La fuerte influencia sesentera en su sonido funk y soul-rock se empañó en los primeros minutos con fuertes baches en la guitarra de Speer cuando este punteaba sus solos, pero la calidad fue instalándose de a poco.
Destacaron María También, August 10, Bin Bin, Cómo Te Quiero, Lady and Man, Evan Finds The Third Room y una reversionada y eléctrica El derecho de vivir en paz, original de Víctor Jara e ícono del movimiento social de Santiago y las regiones por mejores condiciones de vida. Fue quizás el gesto más conmovedor del festival. Entre la masa se apreciaban banderas teñidas de negro y frases de la talla “Chile viola derechos humanos” y “Chile despertó”. En la tarima eran los riffs implacables con sellos tan latinos como africanos los que invitaban a la inspiración. Hasta se atrevieron a la intro de Pump It de los The Black Eyed Peas.



En esa dinámica inspiradora se vivió la presentación de BADBADNOTGOOD, que retornó con el antecedente de agotar Omnium en un ciclo de Red Bull. Los canadienses ofrecieron más fusión y calidad instrumental por medio de una recopilación de sus trabajos de electrojazz de prácticamente una década. La atmósfera que generaron fue de carácter atrapante y tenebrosa en Speaking Gently, del IV, y en el desarrollo de la mano de Triangle, Kaleidoscope y Lavender, pero la hora y monedas de música se caracterizó por la improvisación: Leland Whitty tomó licencias con su saxo y extendió momentos que ahora se pueden atesorar.
También estuvieron impecables y, por ende, invitados a la cita de gala, el bajista Chester Hansen, el percusionista Alexander Sowinski y el tecladista James Hill. Ayudó bastante que el sol por fin diera tregua: la primera preocupación ya no era el cuidado de la piel, sino que un sunset adornado por jazz fresco, de contemplación y experimentación con constantes cambios de intensidad y señales evidentes de desenfreno.



Ningún ingrediente de la cita invitaba a presagiar un desenlace de terror. Sobre todo por The Whitest Boy Alive, que con Erlend Øye a la cabeza en modo más-chileno-que-nunca se apoderó de cada uno de los asistentes que, a esa altura, ya repletaban la explanada. Los noruegos-alemanes tocaron en vivo de forma oficial después de siete años de ausencia. Para Erlend fueron tiempos, entre otras hierbas, de chilenización. Vino con Kings of Convenience, en formato solista aportó 23 millones al Desafío Levantemos Chile después de la ola de incendios de inicios de 2017 con un show a beneficio y, sin espacio a dudas, su compromiso con la sociedad chilena siempre fue en aumento: este fin de semana saltó con sus fans al ritmo del “el que no salta es paco” a la vez que se comportó como el showman de la pretenciosa banda que arrastraba una pausa gigantesca.
En lo musical, el reencuentro entre Erlend y Marcin Öz (bajo), Sebastian Maschat (batería) y Daniel Nentwig (teclado) con un poco más de una hora de fundamentales intercalados de Dreams (2006) y Rules (2009), sus dos discos de estudio a la fecha. Allí, por cierto, no podían faltar las ejecuciones combinadas por los punteos de Erlend y el teclado indispensable de Nentwig, que en la eterna Burning bailó sobre su mesa. A Erlend también le pidieron bailar y no desentonó.
Los WBA armaron una fiesta que calentó motores con los sutiles acordes de Timebomb, Golden Cage y Courage, adquirió ímpetu entre la consignada Burning y Fireworks y acabó con los pulmones inflados entre la pasión de Bad Conscience, la número uno 1517 y Show Me Love, original de Robin S. En 1517, su más resonado lanzamiento, se desgarraron gargantas con la consigna de que “la libertad es una posibilidad solo si puedes decir que no” y con cacerolazos postreros vía Maschat en una graficada mancomunión banda-público que culminó con Erlend -que también marchó en las jornadas previas- calmando los ánimos de las primeras filas tras el anuncio de cancelación de Hot Chip, el otro bastión indie.



La producción acusó incidentes aislados en las inmediaciones (afuera del cerro había una pequeña barricada que se controló en minutos), pidió la salida de todos y el noruego traspasó tranquilidad posando con una bandera mapuche y dialogando con los más impacientes que comenzaron a pifiar, una vez más, con cánticos en contra de Piñera y, cómo no, de la producción que no pudo cumplir con todas las promesas de un cartel reducido pero categórico.
Hot Chip prometió volver ASAP a la región y la confusión a la hora de la retirada masiva se convirtió en el tema principal de un paréntesis de la crisis que no pudo cubrirse de colores magníficos del synthpop indietrónico londinense que dejó el San Cristóbal incluso antes de que terminase WBA. Fue imposible pedirle normalidad al evento que optó por seguir adelante entre millones de cancelaciones pues, simple, no hay rasgos de normalidad en nada que involucre a Chile en este presente de lucha contra un sistema en agonía. Entre lo inconcluso de la velada, fue posible ver una reunión histórica y una dosis de arte instrumental que pausó, por horas, un grito al unísono que apunta con fuerza a un país menos desigual.
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