¿Es la Ketamina, la droga de los ravers, la solución de la ciencia contra la depresión?

Durante décadas, los científicos han buscado un nuevo tipo de antidepresivo, uno que funcione de manera diferente a los más de 20 fármacos que ya están en el mercado, tales como Prozac, Paxil, Zoloft o Cymbalta. Encontrar esa nueva opción es crucial, ya que un tercio de las personas no responden a los tratamientos disponibles para la depresión.
Recientemente, estudios han indicado que los hongos alucinógenos podrían esconder la clave para el tratamiento de esos pacientes debido a su intensa carga de serotonina en el cerebro, pero en los últimos dos años, la ketamina (mejor conocida por los ravers como Special K) podría ser la respuesta que muchas personas tienen tiempo esperando.
Una droga revolucionaria
El estudio publicado por el Instituto del Cerebro O’Donnell perteneciente al Centro Médico de la Universidad Southwestern de los Estados Unidos podría ser revolucionario, de acuerdo con Lisa Monteggia, la autora de la investigación.
“Como antes no teníamos un objetivo claro, es muy difícil pensar en diseñar drogas o saber cuáles probar, pero ahora demostramos cuál es el camino que una droga debe seguir para disparar una reacción rápida antidepresiva”.
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En su nueva investigación de laboratorio, Monteggia y sus colegas estudiaron qué sucede cuando un metabolito de ketamina se aplica a una cierta parte del cerebro llamada receptor NMDA, que desempeña un papel importante en muchas funciones cerebrales. Investigaciones anteriores han indicado que la ketamina bloquea este receptor, lo que parece provocar efectos psicodélicos y antidepresivos casi instantáneos.
Esto es en parte lo que hace que la terapia con ketamina sea tan radical: el alucinógeno ha estado en uso durante décadas como un anestésico y, por supuesto, como la droga una de las drogas favoritas de los asiduos a la pista de baile. Sólo recientemente los médicos y los investigadores comenzaron a estudiar su potencial como tratamiento para la depresión que típicamente desafía el tratamiento. De hecho, ya existen clínicas en Los Angeles y San Francisco que están haciendo terapias experimentales con resultados más que positivos, de acuerdo con Anne McNealis, una de sus pacientes.
“Ha sido como un regreso a la normalidad. Me siento como una persona normal y definitivamente me cambió la vida”.
¿Qué tan seguro es el tratamiento?
La ketamina limita la producción de glutamato, un neurotransmisor responsable de procesar la información y las comunicaciones entre el cuerpo y el cerebro consciente. Los investigadores creen que esto es lo que hace que los usuarios de ketamina se sientan desconectados de su entorno y menos sensibles al dolor físico, demostrando que la sustancia es un anestésico eficaz.
Pero la ketamina también hace que las células nerviosas produzcan más factor neurotrófico derivado del cerebro (BDNF), una proteína importante para la función cerebral y el desarrollo. También produce la rápida expansión de las espinas dendríticas o pequeñas protrusiones en la neurona que ayudan a transportar señales eléctricas y almacenan la fuerza sináptica. Según el Dr. Rupert McShane, psiquiatra consultor que dirige el programa de tratamiento de ketamina en Oxford Health NHS Foundation Trust (OHFT) en el Reino Unido, las conexiones nuevas ayudan al proceso neuronal.
“Piense en una neurona como un árbol. En el invierno de la depresión, las cosas se retraen y nuestro pensamiento es menos rico. Cuando llega la primavera, el árbol renace: la ketamina estimula la producción de un fertilizante nutritivo en el cerebro”.
Hasta los momentos, los médicos recomiendan no utilizar la ketamina como droga recreativa, pues siempre existirá el riego de la adicción. Para el tratamiento anti-depresivo, utilizan dosis específicas para cada paciente mientras las investigaciones desarrollan una droga específica, pero los augurios son bastante positivos: más del 90% de las clínicas alrededor del mundo con tratamientos experimentales ya tienen resultados alentadores, pero apenas se está comenzando a utilizar la sustancia, aunque de acuerdo con McShane, aún falta definir el efecto de la droga a largo plazo.
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