El feminismo no se trata de mujeres excluyendo a otras mujeres

La reciente decisión del Tribunal Supremo del Reino Unido, que niega que las mujeres trans sean mujeres, es un recordatorio doloroso de cómo el sistema legal puede ser utilizado para excluir en lugar de proteger. Sus promotoras fueron un grupo feminista escocés. Pero el feminismo no debería ser una herramienta de exclusión, sino una lucha por la liberación de todas las mujeres, incluidas las mujeres trans. La pregunta real es: ¿vamos a construir un movimiento que las deje atrás o una que las abrace?
La sororidad, ese pacto de solidaridad entre mujeres, pierde todo sentido cuando decidimos que algunas merecen derechos y otras no. Las mujeres trans enfrentan violencia, discriminación laboral, acoso y falta de acceso a servicios básicos, problemas que el feminismo tradicionalmente ha combatido. Si el movimiento solo defiende a quienes encajan en una definición estrecha de “mujer”, entonces no estamos luchando por la igualdad, sino por privilegios selectivos.
Es cierto que hay discusiones legítimas sobre cómo integrar las necesidades de todas las mujeres en políticas públicas, pero esas conversaciones deben darse desde el respeto y el reconocimiento de la humanidad de las personas trans. Decir que “las mujeres trans no son mujeres” no es un argumento feminista; es una negación de la autonomía corporal y la identidad de seres humanos que ya viven en una sociedad que las margina. El feminismo que excluye no es liberador, es opresor.
Los derechos de las mujeres trans no restan derechos a las mujeres cis; al contrario, amplían la lucha por un mundo donde nadie sea penalizado por su género. Cuando el feminismo se convierte en un club exclusivo, traiciona su propia esencia: la idea de que ninguna mujer debe ser oprimida por ser quien es. Las mujeres trans no son una amenaza para el feminismo; son parte de él. Han estado en primera línea de movimientos por los derechos LGBTQI+, en la lucha contra la violencia de género y en la defensa de los espacios seguros para todas. La solidaridad no tiene condiciones.
El feminismo del futuro no puede permitirse repetir los errores del pasado. Si de verdad creemos en la igualdad, debemos cuestionar quién queda fuera de nuestro círculo y por qué. Las mujeres trans existen, siempre han existido, y merecen lo mismo que cualquier mujer: dignidad, respeto y libertad. La sororidad no es un privilegio, es una promesa. Y esa promesa debe incluir a todas.
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