De Andy Warhol a Ryan McGinley: Así fue como la Polaroid se convirtió en un objeto de arte

La Polaroid, tal como la conocemos, es uno de los formatos fotográficos más queridos alrededor del mundo. Instantánea, gratificante y con un encanto lo-fi, es casi un recuerdo tangible en formato analógico, y solemos encontrarnos unas cuantas atrapadas entre las hojas de un viejo libro, en una pared, o incluso en las puertas de los refrigeradores.
Desde sus inicios, las cámaras Polaroid siempre fueron consideradas una rareza y un tesoro, pues lograban capturar momentos en el tiempo que se materializaban ante nuestros ojos en apenas segundos. Luego de su creación por el científico Edwin Land en 1947, su auge fue predominantemente durante los años 70, una época en que el modelo SX-70 impresionó al mundo con su capacidad casi mágica de capturar e inmortalizar recuerdos.
Irónicamente, la década de los 70 fue cuando se desarrolló también la primera cámara fotográfica digital diseñada por Steven Sasson en Kodak, y tan sólo 30 años después, la Polaroid Corporation se declararía en bancarrota. El encanto analógico de las Polaroids se extinguió sorpresivamente como una vela cuando el formato digital se convirtió en el estándar.
Arte sobre film
Sin embargo, gracias a su largo camino como la cámara favorita de artistas y fotógrafos durante muchos años, las imágenes hechas con Polaroid se convirtieron en un medio en sí mismo gracias a colaboraciones con artistas como Andy Warhol y Robert Rauschenberg, a quienes les regalaban película para que hicieran experimentos y ayudran a la masificación del formato.
Eran justamente los artistas el público perfecto de Polaroid: desde el principio, la compañía proporcionó medio alternativo para los vanguardistas, en especial para los que se atrevían a hacer experimentos y trabajaban como cronistas de la vida nocturna. Los expertos del collage y fotógrafos tradicionales que supieron apreciar la calidad y las posibilidades del filme.

Autorretrato (1973). Fotografía: Robert Mapplethorpe.

Sin título (1973). Forografía: Andy Warhol
Artistas como Keith Haring, Maripol, Barbara Kasten y Robert Mapplethorpe sentían que se beneficiaban no sólo de una tecnología única e instantánea sin necesidad de usar un laboratorio de revelado, sino que la paleta de colores que ofrecía la Polaroid era superior a lo que había en el momento. además, gracias a modelos que tenían negativos que permitían una doble exposición, los resultados eran incluso aún más interesantes, haciendo de las fotografías objetos de arte irrepetibles.
Con la llegada del modelo SX-70 en el año 1972 hubo una explosión de creatividad. Para muchos, la Polaroid era un lienzo vacío al que le podían agregar o quitar elementos que iban más allá de una fotografía: muchos incluso manipulaban la cámara para obtener resultados diferentes y lograr capturas únicas a través del caos y la destrucción, produciendo pequeñas obras de arte abstracto, tal como lo hacía Lucas Samaras, combinando psicodelia y absurdismo.

Photo-Transformation, (1976), de Lucas Samaras.
Pop-Art y el renacimiento de la estética vintage
Por su parte, artistas como Warhol utilizaron el modelo Big Shot para crear una serie de selfies y retratos de rostros desconocidos y famosos, desde Sylvester Stallone, pasando por Debbie Harry y terminado por su amigo Jean-Michel Basquiat, transformando la foto instantánea en cultura pop.

Sin Título (2003). Fotografía: Ryan McGinley

Lady Gaga (2009). Fotografía: Nobuyoshi Araki
Pese a que la fotografía digital se impuso a finales de los años 90, la popularidad de Polaroid no disminuyó: su espíritu crudo e improvisado era un natural para artistas como Dash Snow o Ryan McGinley, quien hace poco hizo una exhibición de 1700 de sus primeras Polaroids llenas de retratos y recuerdos de adolescencia rebelde. Jeremy Kost creó collages que desarrollaban perspectivas imposibles con encuadres cubistas para capturar a drag queens, y es bien sabido que la cámara favorita del reconocido fotógrafo japonés Nobuyoshi Araki es la Polaroid, con las que captura a sus modelos cubiertos de bondage, entre los cuales incluso ha estado Lady Gaga.

Keith Haring y Madonna, 1089. Fotografía: Keith Haring.
Estas colaboraciones con artistas contemporáneos a lo largo de las décadas le permitieron a Polaroid acumular una colección de decenas de miles de fotos, que luego de su bancarrota quedaron divididas entre coleccionistas privados y galerías. Y aunque los días de gloria de Polaroid quedaron atrás, el peculiar y duradero alcance de este formato en la imaginación artística nunca se extinguirá. Al fin y al cabo, sólo toma unos segundos hacer una obra de arte que dure para siempre.
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